Un western a medio camino
El personaje principal de «Jane Got a Gun» es Jane Hammond (Natalie Portman), que vive con su pequeña hija en el territorio fronterizo de Nuevo México en 1871. Jane tiene un esposo, Bill (Noah Emmerich), que se fue hace un tiempo, sin una explicación clara, y que regresa al inicio de la trama, malherido, con cinco heridas de bala en la espalda. Él le explica a Jane que se ha enredado en una escaramuza con la banda de los Bishop, hiriendo a varios de ellos. Ahora le persiguen por el valle en su busca y probablemente llegarán para vengarse. En un curso de acción sensato, en este punto, sería que Jane huyera de allí, aunque fuera temporalmente hasta que todo se hubiese calmado. Sin embargo, decide enfrentarse a los forajidos, en sus propias palabras «Llevo toda la vida huyendo«, envía a su hija pequeña a casa de unos conocidos próximos para dejarla fuera de peligro y se prepara para fortificar la granja y resistir al ataque de los Bishop.
Como en casi todos los westerns, ya imaginamos que sucederá a continuación: un extraño debe llegar al rescate. Ese extraño solitario pervive en buena parte de las películas western. Es un personaje que vive en un perpetuo conflicto: la voluntad de deambular, moviéndose inquietamente por una tierra desértica, frente a la necesidad de echar raíces, luchando por su derecho a establecerse y volverse social, en una lucha continua por los que le recuerdan que nunca lo conseguirá.
El caso curioso de “Jane got a gun” es que no sigue este modelo de un modo claro. En vez de recurrir a un fugitivo (outlaw) o a un ex-soldado, o a otro personaje clásico para la figura del extraño salvador, busca ayuda en otro lugar, reclutando a un ex-novio de Jane llamado Dan Frost (Joel Edgerton). Jane lo dejó años antes y este nunca se recuperó del todo. En lugar del hombre sin nombre, con carácter, nos encontramos a un personaje dubitativo, que necesita justificar su situación allí. Jane le recrimina su debilidad: «Necesito un pistolero», dice ella. «Necesitas un maldito regimiento», responde él, antes de ofrecerse a hacer el trabajo él mismo. Puedes sentir que Edgerton se esfuerza varonilmente para mostrar una versión dura del personaje. Tan sólo aporta una débil clase de cómo disparar un arma y una clase magistral sobre cómo fabricar sus propios explosivos: vaciar una lata de verduras, llenarlo con queroseno mezclado con clavos y trozos de vidrio y ocultarlos en una zanja alrededor del rancho. Pero toda esa dureza se deshace, al mostrarnos una escena de una época anterior, en la que Dan y Jane dan un paseo de verano a través de un campo de cereales. No es la imagen clásica de los personajes del Far West en ninguno de sus distintos caracteres o profesiones. El único personaje en «Jane Got a Gun» que se encuentra cercano a esa intensidad es John Bishop (Ewan McGregor), el jefe de la banda de forajidos, pálido, y un toque de maldad y cortesía en su alma brutal, mostrando esa duda entre comportarse en la situación ayudando a unos desconocidos y el impulso irracional de matarlos y seguir su camino.
Historias entrelazadas
Tampoco es ese el único flashback. Un subtítulo nos informa que estamos en «Huntsville, Missouri, 1864» y agrega amablemente: «Siete años antes», en caso de que no podamos hacer los cálculos. Poco a poco, reconstruimos la historia de Jane: cómo dejó a Dan, se ocultó en un vagón de tren, cayó en contacto con una banda de estafadores y fue cruelmente utilizada como prostituta, antes de que Bill acudiera en su ayuda. Del complot surgen dos cosas. Primero, se vuelve a la figura clásica del western de la mujer solitaria que carga con su pasado y se enfrenta a un destino incierto, maltratada por el entorno. La segunda revelación, a medida que se desarrolla la historia, es que el desenlace es, de hecho, un colapso. La historia de fondo confunde y hace larga la espera del enfrentamiento final.
Los personajes principales viven un drama que se desarrolla en su hogar: no pueden escapar ya que Bill Hammond está demasiado herido, por lo que tendrán que asegurarse de quedar atrapados cuando lleguen los Bishop. Lo que parecía no funcionar tan bien son las escenas más tranquilas, donde se hacen confesiones y ese drama tiene que ser aprovechado para saber quién hizo qué a quién en las relaciones y las viejas heridas que se abrieron. Hay una secuencia realmente tumultuosa en la que Bill descubre a Jane dentro de un burdel y después de matar a un montón de personas, ella comienza a sollozar.
A medida que se acerca la banda de los Bishop, de noche, Jane declara: «Pase lo que pase, voy a plantar cara». Palabras valientes, pero ¿puede un rostro tan famoso como el de Portman mostrar el desgaste de la tragedia que se avecina o las cicatrices de una vida dura? Bueno, sí. Ciertamente lo hizo en «Cold Mountain», donde interpretó a una viuda solitaria en una cabaña aislada amenazada por un entorno hostil, pero los actores principales quedan algo lejos de la visión clásica de un entorno duro e inhóspito.
De alguna manera, «Jane Got a Gun» no se deja arrastrar por esa sensación de desesperación, al igual que se olvida de un clásico en el western formado por los paisajes inmensos y los enormes cielos que asociamos al género. En la película no se consiguen establecer referencias básicas geográficas, como la distancia, a caballo, entre las viviendas de los personajes.
Sin embargo, no es un mal western y la tensión hasta el ataque final es realmente sólida. Jane Got a Gun tiene algunos momentos originales y lucha por volver a los patrones clásicos, con los malos que caen fácilmente ante los disparos de los buenos y las escenas polvorientas que se han hecho durante tanto tiempo. Por otro lado, no es fácil retornar al género del western que ha marcado tantos estereotipos en nuestra memoria.
Reflexión a partir del artículo Tough Girls, de Anthony Lane, publicado en el The New Yorker en Enero de 2016.
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